Después de que Pedro y Nicolás Susano líderes agraristas y oficiales arenistas invadieran la hacienda de Tepalca y mataran al administrador, tomaron la hacienda de Santa Cruz y su anexo Tepepa junto con los pueblos de San Mateo e Ixcotla, explotaron la hacienda de La Blanca para finalmente adquirir las grandes haciendas de Recoba y San Antonio Techalote.
Bajo el amparo del General arenista Adolfo Bonilla se fusiló al entonces dueño de la hacienda La Blanca para tomar dicha propiedad y ser repartida en concesiones arenistas. Durante la invasión y fusilamiento del dueño, éste declaró en su angustioso y tormentoso interrogatorio haber matado a un peón de la vecina hacienda de Santa Cruz Cuaximala.
La tradición oral cuenta que el dueño de la hacienda sólo tuvo una hija de nombre Dolores, la cual, al cumplir dieciocho años se enamoró perdidamente de un joven peón proveniente de la vecina finca de Santa Cruz, el cual todas las noches acudía a ver a su amada novia. Cobijado por las sombras, trepaba un enorme árbol que yacía en la entrada de la hacienda y ya pasada la media noche partía de nuevo trepando el enorme árbol.
Un día el capataz de la hacienda se dio cuenta de la relación que mantenía Dolores con el joven peón, éste comunicó a su padre lo que sucedía durante las noches al irse todos a sus aposentos. El dueño encolerizado se dispuso a vigilar por varios días el tórrido romance que su hija mantenía en secreto. Una noche escondido entre los magueyales esperaron pacientemente a que el joven peón hiciera su aparición y trepara el árbol, momento en el cual el padre de Dolores aprovechó para prenderle fuego y quemarlo vivo.
Ante los gritos angustiosos del joven, Dolores salió a su encuentro pero fue retenida por su padre, la joven vio como el gran amor de su vida era carcomido por las enormes llamas de fuego, poco a poco los lamentos se fueron atenuando y con ellos una vida se perdía entre la brumosa oscuridad de la noche.
Meses más tarde y ante ya una inminente invasión del movimiento armado Revolucionario, su padre financió el casamiento de Dolores con un rico hacendado del Estado de Hidalgo quien triplicaba su edad. Dolores, al nunca haber perdonado a su padre por el asesinato de su joven novio, dos días antes de su partida y aprovechando la ausencia de su padre tomó su rifle y caminó hacia el patio central donde yacía un enorme pozo de agua, se paró en la orilla y se disparó en su bello rostro. Su padre al recibir la terrible noticia perdió la cordura y pasó los siguientes días al lado del pozo, hasta que las fuerzas arenistas lo encontraran de rodillas divagando y balbuceando el nombre de su hija.
La tradición oral cuenta que nunca pudieron sacar el cuerpo de Dolores del pozo y que aún en las noches se pueden escuchar lamentos que emanan del interior de éste. También son muchas las voces que han contado ver por las noches unas enormes lenguas de fuego que brotan del enorme alcanfor que yace ante la entrada de la hacienda y de vez en cuando se puede observar la silueta de una mujer con el rostro desfigurado que yace a un lado del mismo.